Al principio NO fue el verbo...
…Pasó que un (minoritario) grupo haciendo uso de la fuerza se ubicó por encima de la sociedad de la cual provenía; haciendo uso de la Violencia (opresora), ese grupo de bárbaros se apropió, a sangre y fuego, los Fundamentales Medios de Producción: la Tierra de todos paso a ser tierra exclusivamente suya; los mares de todos pasaron a ser mares exclusivamente suyos; al divorciarse dicho grupo de la sociedad…se produjo en ella una brecha abismal (económica y social; y demás derivados) entre el mismo y el resto de los miembros que la componían... Surge así la sociedad de clases; surge así el primer Estado, el Estado esclavista: instrumento de opresión a través del cual ese grupo minoritario protege el botín saqueado: el Robo asestado al resto de la sociedad. Estado que tenía como componente central al ejército militar, a las fuerzas armadas; creadas a la medida y semejanza de los intereses de ese grupo, convertido ahora en clase hegemónica; sin ellas a este grupo le resultaba cuesta arriba proteger “su” botín. Porque a través de ellas podía subyugar, como en efecto subyugaba, la fuerza de las mayorías; es así como surge, repito, ese estamento militar, pandilla de esbirros bajo su exclusivo mando.
No obstante, aquél arrebato seguía siendo susceptible de ser revertido por las grandes mayorías que se abalanzaban incesantemente contra el régimen. ¿Cómo sellarlo “definitivamente”, entonces? Confiscándole a esas mayorías el pensamiento: se hizo menester, entonces, establecer un pensamiento único, clasista, acorde con los intereses, visión y concepción del mundo de la recién establecida clase hegemónica, esclavista. Es así como nace para la historia la Propiedad Privada, el Estado y la Esclavitud…
Es de entenderse que en algún punto de la historia éste momento habría de llegar, con mayor o menor antelación. Contando con una sociedad de múltiples individualidades, un sinfín de variables que determinan la diferencia entre los individuos, sólo un factor haría falta: El desarrollo de la técnica y la tecnología; más ya no lo era sólo para la producción de alimentos, vivienda y vestimenta, como necesidades propias en todo tipo de sociedad; sino también para la producción de armas de guerra e instituciones ideologizantes, como necesidad inherente a la preservación de los intereses creados. Con la suscitada división de la sociedad en clases, nace, por un lado la explotación y la opresión (material y espiritual sobre las masas); por el otro, la Resistencia Popular (de las masas).
La religión se erigió desde entonces en el medio por excelencia para oprimir; de la Religión se valió la clase dominante del momento para “perfeccionar” su dominación clasista; de allí que la Religión constituya la fuerza de opresión espiritual de las masas explotadas que, junto a la fuerza de opresión material, el ejército, tenía –y tiene hoy día- como función vencer la resistencia de esas masas. Esa resistencia, cuya tentativa era restablecer la otrora armonía primitiva entre los individuos, se distanciaba de su objetivo cada vez que los opresores obtenían mayores éxitos en el ámbito de la producción tecnológica y militar... De allí que Religión y Revolución son dos caras de un mismo proceso socio-histórico, nacen relativamente juntas pero absolutamente reñidas (anverso y reverso). Sin embargo nunca han faltado filisteos que “dentro” de la resistencia, hacen concesiones peligrosas con este cáncer terminal para la salud social que se fundamenta en el “Mito de Dios”.
La idea de Dios.
El hombre, poderoso, necesitó borrar de la memoria de los pueblos, toda la historia anterior a su mandato, crea entonces un Dios a su imagen y semejanza, para monopolizar las creencias, supersticiones y especulaciones que anteriormente fueron creadas y administradas por los hombres, otrora libres de crear lo que quisieren, en un único y compactado modelo de creencias controladas y administradas por un puñado de fariseos para eternizar su orden de expoliación y oprobio: La religión. Dios se convierte en todo lo conveniente a la naturaleza de ese poder: Debe ser Eterno (el Alfa y el Omega), Todopoderoso, Omnipresente, Omnisapiente, Temido, Vigilante, Celoso, Vengativo, y –entre otras cosas– Varón (¿?). Entran así sacerdotes, alquimistas, magos, entre otros, valiéndose de especulaciones metafísicas, etéreas, para justificar y sacralizar la explotación sufrida por los hombres, oprimidos terrenales; Ofertándoles un paraíso extraterrenal al que, dicho sea de paso, se llega ¡Individualmente!, además sembrando y abonando una irracional cultura de terror a la muerte, para desviar la vista de los condenados de la tierra de su verdadero enemigo histórico: La clase económicamente privilegiada y políticamente reinante. Sus sacerdotes fueron los primeros ideólogos de la sociedad de clases, éstos no padecían el castigo del trabajo manual, en cambio se “arrimaban” a los opresores y gozaban de una posición social privilegiada, en cambio ofrecían sus servicios al patrón para divinizarlo y viceversa. Le aportaron características físicas a este Dios, provenientes de la naturaleza exterior –ahora además dividida en clases–, por ello todos los dioses de las religiones politeístas y monoteístas (creación patentada por Zaratustra) se manifiestan en concordancia con la naturaleza de la cultura de la cual emanaron. Si bien sabido por todas las culturas que han alcanzado cierto nivel de desarrollo, que el sol constituye nuestra fuente principal de energía natural, para la imperante cultura Occidental, se le dio a su Dios las características propias del Sol en su relación con la Tierra y demás cuerpos celestes (constelaciones), antropomorfizándolo inclusive en elaboradas y complejas mitologías.
Ejemplo de estas humanizaciones de la figura del Sol son: Adad (de Asiria); Alcides (de Tebas); Apolonio (de Tiana); Attis (de Phrygia); Baal (de Fenicia); Buda (actual Nepal); Hesus (de los druidas, nótese este nombre); Deva (de Siam, hoy Tailandia); Horus (de Egipto); Indra (de Tíbet / India); Jao (de Nepal); Krishna (de India); Mithra (de Persia); Odín (para los escandinavos); Prometeo (de Cáucaso / Grecia); Quetzalcóatl (para los mayas); Thor (para los galos); Tammuz (de Siria); Xamolxis (de Tracia); Zaratustra / Zoroastro (de Persia); Zoar (para los Bonzes); Bali (de Afganistán); Beddru (de Japón); Crite (de Caldea); Mikado (de Sintoos); Salivahana (de Bermuda); Monarca Universal (de Sibyls); Wittoba (del Bilingonese); Hércules, Apolo, Adonis y Zeus (de Grecia)… ¿Qué tienen en común todas estas deidades? Pues, 1) Todos estos personajes tienen paralelismos increíbles con Jesús de Nazaret; 2) La secuencia de nacimientos, muertes y resurrecciones son completamente astrológicas, es decir, elaboradas alegorías del comportamiento solar a lo largo de los solsticios y equinoccios que al año experimenta la Tierra; y 3) Son instrumentos de las clases dominantes para expoliar espiritualmente a las masas.
Si, la práctica demuestra de hecho que la función histórica de la religión es la de oprimir espiritualmente a las masas. Innumerables ejemplos registrados desde las sociedades esclavistas primitivas en los que los cultos y las deidades se utilizaban para respaldar siempre la esclavitud y el poder reinante, hasta nuestros días; pasando por 3500 años de esclavitud primitiva, 1600 años de dominio político del Vaticano sobre Europa en una suerte de esclavitud de tipo feudal (justo después del Concilio de Nicea en el año 325 D.C), la cristianización de las colonias americanas por Europa (el protestantismo en Norteamérica y el catolicismo en las colonias españolas) la cual es el motor que abre paso a un “nuevo” tipo de esclavitud, la del capital (esclavitud asalariada), el surgimiento del fascismo en Europa (Mussolini, Hitler y Franco) y en América (Pinochet, Somoza, Stroessner, Perón, entre tantas otras joyitas); y finalmente, la intervención política –activa y consecuente– del Vaticano en los partidos social–cristianos de los distintos países del mundo, por medio de su partido supranacional Opus Dei, creado por Jose María Escrivá de Balaguer en 1928. Añadido a esto, se encuentra siempre la influencia política represora de otras religiones sobre los pueblos, como históricamente lo constatamos en los países cuyos regímenes políticos tienen tintura Islámica, Judía y demás cultos.
Cierto es que no todos los gobiernos se han apoyado en la “Idea de Dios”, es decir, han existido también regímenes políticos direccionados por personas que se proclaman “ateos” (¡Más bien será Jacobinos!), y no por eso han sido menos despóticos que los teócratas. ¿Será porque la idea de Dios trasciende lo meramente formal: está permeada en muchos más aspectos de la vida social de lo que advierte el ojo distraído? He aquí la definición científica de Dios: Es toda expresión ideal (metafísica) de las relaciones materiales de explotación y opresión, algunos le llaman a este fenómeno “reflejo”, yo prefiero llamarle como comúnmente se le nombra en mi pueblo, un efecto “retruque”: dicha expresión ideal como prosecución de la segunda. Dios implica subordinación impopular (Él sujeto, nosotros objeto), opresión moral y espiritual sobre las masas, pero cabe preguntarse, ¿hacia qué? Ese vacío que deja su evidente ausencia en el mundo sensorial lo llena gustosamente el patrón y sus instituciones aliadas. Es por eso que el alcance y poderío de la religión es ilimitado, tiene sus efectos sobre todo el andamiaje Superestructural erigido por la clase dominante en cada sociedad de turno, por tanto, la mistificación del Estado, el Derecho, la Moral, la Prensa y hasta los ídolos (“súper-hombres”), son también expresiones del pensamiento místico–religioso que está arraigado en nuestros cerebros desde tiempos inmemoriales. Las revoluciones proletarias que a partir de ahora se desaten sobre la faz de este mundo, no habrán cumplido su misión histórica hasta tanto no haber erradicado definitivamente de la mentalidad de las masas la “Idea de Dios” (opio de los pueblos).
Populismo y teología de la liberación.
Así como ha habido gobiernos, muy pocos, cuya carga religiosa no se sustenta –en apariencia– en la “Idea de Dios”, sino en la Política y demás expresiones del suplemento superestructural, también han existido otros, la inmensa mayoría, que se han valido del milenario prejuicio religioso de las masas para “ganarse” el favor de éstas; y el respaldo moral de la iglesia. De esta segunda lógica se vale el populista, cuya retórica demagógica no aporta nada nuevo -y mucho menos liberador- a los pueblos: es utilizada más bien para revestir con formas “nuevas” el obsoleto y anacrónico detritus religioso: ¡Viles escultores del engaño; Miserables prostitutas del poder de turno! Que, haciéndose pasar por los más abnegados amigos del pueblo, los más abnegados defensores de sus tradiciones y pasiones, no hacen sino embotarlo. Y, ¿para qué? Para evitar a toda costa que el pueblo pueda asumir una postura racional y científica capaz de despertar en él la suspicacia que le conlleve a desmoronar de una vez y para siempre sus supersticiones milenarias; ésas mismas que lo mantiene encadenado desde tiempos ancestrales. Vale preguntarse: ¿Cómo se libera un pueblo al que cada día se le imponen más cadenas?
También ha existido quien quiere darle rostro humano al monstruo religioso, pregonando aquello de que la religión no es aquello que corrompe al mundo, que Dios es bondadoso y misericordioso y vendrá para salvarnos, que el hombre es corrupto y ha hecho un mal uso de “su” palabra: de su libre albedrío. Pues bien, Epicuro ya había resuelto este asunto hace miles de años atrás, cuando sentenció refiriéndose a Dios:
Si quiere suprimirla (la maldad), pero no puede, ¿Se le puede llamar Todopoderoso?
Si puede suprimirla, pero no quiere, ¿No es entonces un canalla?
Si puede y quiere suprimirla, ¿Por qué existe la maldad en el mundo?
Si no puede, ni quiere suprimirla, ¿Por qué le llamamos Dios?
Si es verdad que Él existe, no tiene nada que ver con este mundo…
Nadie podría convencer al mundo de la bondad del evangelio; nadie podría embaucar a las masas sin, “suprimir” algunos pasajes violentos, misántropos y misóginos de los distintos libros sagrados; o “Resaltando” y/o “seleccionando” otros, los que mejor convengan a sus intereses: de reformadores religiosos. Robert G. Ingersoll dijo en una oportunidad, “La Religión nunca podrá reformar a la humanidad, porque la religión es esclavitud”. Los reformadores religiosos suelen ser más peligrosos que aquellos que presentan al Dios de las escrituras tal cual es: cruel, celoso y vengativo. ¿En qué consiste el juego de estos profetas, “salvadores” de la humanidad? Por un lado, en “suprimir”, ocultar o minimizar elementos propios de la religión, para atenuar su veneno; caso en el cual, atentan contra su propia fe; y por el otro, en conservar elementos propios de ella, con lo cual no hacen sino, atentar contra la mismísima razón. Por tanto, no son dignos de fiar, estos profetas.
Cierto es que han existido movimientos religiosos que se han sumado a la “causa revolucionaria”, a los procesos de cambios sociales: los campeones de la “Teología de la Liberación”, sólo que dichos movimientos, consciente o inconscientemente, no hacen sino lavarle el rostro dogmático, torpe y rapaz a la iglesia del Medioevo; alejarse cada vez más de su prédica: quedarse cada vez más rezagados por los avances de la ciencia. También es cierto que en todo momento y lugar en que las revoluciones adoptaron algún matiz religioso involucionaron inexorablemente, retornando al pueblo al lugar de oprimido. Una revolución se destruye a priori cuando se conduce al pueblo por las sendas del engaño o con cualquier postura fideísta, antítesis de liberación, por ello diría George Orwell en alguna oportunidad, “En un mundo de falsedad universal, decir la verdad, es un acto revolucionario”.
Fascismo: Dios y la Patria.
El fascismo junta en su haber dos elementos reaccionarios por excelencia, con los que ha contado toda clase reaccionaria devenida en el Poder: religión y patriotismo, sí, éstos juntos y llevados a su máxima expresión, dan como resultado natural el Fascismo. En realidad el asunto es mucho más complejo, y en la práctica no se trata de hechicería ni del producto de un recetario de almanaque… El Fascismo es el producto más acabado de la antiquísima fórmula “Divide y reinarás”; el patriotismo y la religión, componentes suyos, son las excusas más recurrentes de las que se han valido los grandes tiranos de la historia en momentos en que se les hace aguas el trono; y requieren ganarse a toda costa los favores del pueblo. Para evitar levantamientos violentos en su contra. Una vez “resuelto” el temporon vuelven a la carga, arrecian la opresión; por supuesto que, creando antes en las personas la sensación de que sin ellos su existencia se vería comprometida por los avatares de la cotidianidad: la vieja (¡y pesarosamente vigente!) política de la clientela y la dádiva.
Todo lo anterior surge como consecuencia de coyunturas históricas específicas. El capitalismo gusta de embellecer su rostro político por medio de la fachada democrática, es más segura para los explotadores y ofrece a las masas una sensación momentánea de “seguridad” y “bienestar”, pero cuando los ánimos exasperados de las masas, asqueadas de la retórica estéril de los mandatarios populistas, se levantan; cuando éstas incrementan su perspectiva de poder; cuando ya no les basta las migajas que la burguesía les ofrece con su mano izquierda pero que, en ausencia de verdaderas vanguardias revolucionarias, aún no encuentran el método que las impulse al liberarse, entonces esa rancia burguesía –sin abandonar su dictadura económica, dictadura sobre la producción– muestra su verdadero rostro para protegerse de ellas (las masas). En ese momento deja a un lado las mentadas “garantías constitucionales” y su cacareada retórica “democrática”, para echar mano a la única opción política que dadas las circunstancias puede garantizarle la vigencia de las Relaciones de Poder sobre las que se sustenta: la figura del Dictador Fascista.
La particularidad de esos regímenes recae en que sus fuerzas coercitivas actúan bajo el pretexto de que: “había un vacío de poder”, “el país había entrado en el caos y la anarquía”, “éste país necesitaba orden”; así exacerban y potencian los milenarios prejuicios que -contra sí mismas- las masas defienden a morir: Dios y la Patria. Ahora, cuando estos elementos se tornan ineficaces para mantener la dominación, los Fascistas imponen la fuerza de sus bayonetas “por el bien de la sociedad”; incluso, algunos de ellos no tienen ningún empacho en autoproclamarse caudillos; total, “cuentan con la gracia de Dios”; la fórmula a emplear sería: “con el Pueblo, desde el Pueblo y contra el Pueblo”.
Otros elementos asociados al fascismo, como la supremacía de la raza (por ejemplo), son componentes secundarios de estos regímenes: la Alemania Nazi aplicó este principio por darse una guerra santa contra los judíos; la burguesía alemana vio en Hitler al chivo expiatorio capaz de asegurarle la supremacía económica y política que ostentaba; por eso lo apoyó, para hacerle la guerra al mundo no-ario; al igual que lo apoyó -incondicionalmente- el Vaticano, institución fascista por antonomasia, la misma que ha apoyado a todos los regímenes fascistas –sin excepción– acaecidos en la humanidad.
Antes fue la Guerra Fría y el peligro de una “amenaza roja” ubicada en Europa del Este, un pretexto “de peso” para imponer el fascismo, como vacuna efectiva para los distintos países que presentaran signos de una agudización de los conflictos de clase. Hoy los pretextos pueden resultarnos muy diversos, ya sea la interminable lucha contra el hampa, la guerra contra (algunas de) las drogas, la “defensa contra el terrorismo”, etc. Lo que se nos quiere velar, detrás de toda esta onerosa y subrepticia fachada mediática, es la lucha de clases que se repunta en los tiempos modernos. El capitalismo está hecho aguas por todos lados: cada vez se manifiesta más incapaz de controlar “pacífica y democráticamente” el descontento social que el mismo ha desatado.
El mal tiempo trae consigo la advertencia de que “éste es el tiempo de los hornos, y sólo se verá luz”. Estudiemos la historia y de ella extraigamos, con haberes y deberes, las exigencias que el momento nos impone. Si no nos movilizamos en aras de la formación y organización de una dirección político/estratégica que nos permita conquistar nuestra definitiva liberación (material y espiritual), estaríamos dejando peligrosamente abierta una rendija por la que nuestros enemigos de clase no dudarán en penetrar para perpetuar su hegemonía: construyamos una vanguardia revolucionaria capaz de guiar a los trabajadores y masas explotadas en general hacia la conquista, primero del poder político (Liberación Nacional), y luego del poder económico y social (Socialismo).
Nuestra dirección político/estratégica deberá tener en cuenta el proceso socio/histórico de reproducción de la sociedad de clases en su justa dimensión. Otras revoluciones involucionadas separaron anti/dialécticamente “materialidad” de “espiritualidad”, al mejor estilo de los religiosos. En la sociedad del futuro, sustentada en la Planificación, la economía deberá estar orientada hacia la satisfacción de las necesidades materiales de todos los individuos; y la educación deberá orientarse hacia la formación (espiritual) del “hombre nuevo”, al que deberá elevar intelectualmente, proveyéndole los elementos teóricos y científicos que enaltezcan su juicio: convirtiéndolo en poseedor de una cultura libre de todos los prejuicios que hoy yacen en su cerebro; y que constituyen el suplemento superestructural de la sociedad capitalista. Para ese “hombre nuevo” “Dios” no será más que un amargo recuerdo de la pre/historia. De ello depende el éxito o fracaso de una verdadera revolución Socialista, tránsito a la sociedad sin clases, comunista. “Unir, bajo una perspectiva ético-socialista, para Vencer”.
Por último, dispondremos de algunos principios básicos para alentar el estudio científico de nuestra postura filosófica, materialista y dialéctica:
1. La Materia precede a la Idea.
2. Materialidad y Espiritualidad son indivisibles. Son dos caras de la misma unidad.
3. Sólo lo Material es susceptible de ser conocido y comprendido por nuestros sentidos, puesto que estamos dotados de sensorialidad y memoria.
4. La Materia y la Energía son tan increables como indestructibles, son –en cambio– transformables. Todo es y no es, todo fluye y nada permanece inmutable. (Heráclito)
5. Para nosotros, el pensamiento es una forma de la energía, una función más del cerebro, que refleja sensorialmente la materialidad exterior, en una relación de causa y efecto: Pensamos como vivimos, no a la inversa.
6. “La cosa en sí” (Ding an sich de Kant) es cognoscible desde el momento en que damos con todas sus propiedades. Estas, aunque situadas fuera de nosotros, son aprehensibles a través de nuestros sentidos. Tal es el objeto de toda ciencia y de todo saber. Desde el momento en que podemos producir algo no hay razón para considerarlo incognoscible.
7. La verdad constituye una expresión temporal y espacial de conocimiento útil. El grado de utilidad práctica determinará su grado de veracidad.
8. Por tales consideraciones, concluimos, que no existe sujeto creador, ni regente del Universo.*
Humberto Antonio Zavala Guerrero
Insurgencia Proletaria. ©
Punto Fijo, 26/09/2011
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* Hoy nuestra idea del universo en su desarrollo no deja el menor lugar ni para un creador ni para un regente del universo; y si quisiéramos admitir la existencia de un ser supremo puesto al margen de todo el mundo existente, incurriríamos en una contradicción lógica, y además, me parece, inferiríamos una ofensa inmerecida a los sentimientos de la gente religiosa. (Federico Engels, Prólogo a la Edición Inglesa a su libro “Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico”, 1892)